"La primera expresión de la moral es cuidar a los demás, empezando por los hijos"
Eva Millet
Profesora emérita de filosofía en la Universidad de California, es pionera de la neurofilosofía y autora de "El cerebro moral".
Para la filósofa Patricia Churchland, entender cómo funciona el cerebro es fundamental para entender cómo funciona la mente. Por ello, se ha convertido en una de las pioneras de la neurofilosofía. En su libro El cerebro moral (Paidós), indaga en los orígenes de la moralidad y se pregunta por qué los valores morales están arraigados en la conducta habitual de todos los mamíferos.
El resultado final es una provocativa genealogía de la moral, en la que la autora presenta a la oxitocina como un elemento esencial en la construcción de esta, y donde se cuestiona la prioridad que se da a la religión, las normas absolutas y la razón pura como base de la moralidad.
Entrevista a Patricia Churchland
¿Cómo se interesa una filósofa por la neurociencia?
Empecé a pensar en temas como la conciencia, nuestra forma de tomar decisiones, en cómo aprendemos, recordamos… Actividades que son realmente del cerebro físico. Así que me puse a estudiar neurociencia y, cuando empecé a ver cómo conectaban las piezas de este puzle, entendí que la neurociencia tenía la llave de muchas de las cuestiones que se creía que eran filosóficas.
¿La neurociencia le dio las respuestas que la filosofía no le había dado?
Sí, aunque en algunos casos me dio respuestas parciales, porque la neurociencia es una ciencia muy joven.
¿Podría darnos un ejemplo?
Un tema muy importante tiene que ver con el control. Esta cuestión ha sido entendida tanto desde el punto de vista legal como del psicológico y filosófico, pero solo recientemente hemos aprendido la importancia que la parte frontal de nuestro cerebro tiene en este tema. Porque, a veces, cuando tomamos una decisión y estamos muy cansados o hambrientos, tenemos menos control que si hubiéramos comido bien y dormido las suficientes horas… Estamos empezando a entender los caminos neurobiológicos que son importantes en la cuestión del control y estamos descubriendo que, a veces, si estos caminos están afectados, la persona pierde la capacidad de suprimir impulsos o de mantener un objetivo.
Su libro se titula El cerebro moral . Existen muchas definiciones de moral, ¿cuál es la suya?
Tiendo a pensar en ella como parte de un amplio espectro de temas sociales. En un extremo hay temas menores, como son los modales o la etiqueta. Pero en el otro hay temas muy serios: la manipulación o la explotación, cuándo ayudar a otra persona que lo necesita, si una guerra es justa, si un impuesto es aceptable o no…
La moralidad en la economía es un tema de gran actualidad…
Sí, y en estos momentos tan difíciles es interesante que nos acordemos de filósofos del siglo XVIII, como David Hume y Adam Smith, quienes dijeron que la moralidad y las consideraciones económicas a menudo se solapan. Para la gente tiene mucha importancia cómo está organizada la economía, qué tipos de instituciones existen y si los banqueros pueden zafarse de su responsabilidad, con las cosas horrendas que han hecho y que desataron la crisis del 2008.
¿Estamos en tiempos particularmente amorales?
No, no lo creo. Creo que muchos de los problemas morales que afrontamos hoy son muy complejos porque vivimos en una sociedad global, con muchas instituciones que, en ocasiones, dan respuestas distintas. Mucha gente está muy preocupada por temas altamente morales, como la supervivencia del planeta y qué va a pasarnos a los humanos.
O sea que, pese a todo, hemos avanzado…
Sí. Es muy habitual que la gente fantasee sobre el pasado (“cuando era joven la gente se preocupaba más por los demás”), pero eso no es lo que nos muestra la evidencia. Lo que sucede es que hoy se responde a los problemas sociales de muchas maneras distintas.
Existe un vínculo entre moralidad y biología, pero ¿no es una cuestión de educación?
Sí, también lo es. Pero primero está lo que yo llamo la “plataforma” en el cerebro, que permite hacer posible la moral. Esta “plataforma” es común a todos los mamíferos, quienes, en vez de preocuparse solo de ellos mismos, empiezan a cuidar a los otros. Y los primeros a los que cuidamos son nuestros descendientes, nuestra prole, lo que marca un gran cambio en los circuitos cerebrales y la genética. Cuando todo ello se ha asentado, el cuidado se extiende hacia compañeros, amigos… Es una de las ventajas de vivir en grupo.
La oxitocina influye en la sociabilidad, y esta en la moral, porque nos empuja a estar juntos: para evitar la desaprobación, aprendemos a convivir.
Este cuidado, ¿sería el primer nivel de la moralidad?
Sí, por eso lo llamo “plataforma”. Pero el aprendizaje también es fundamental, y los mamíferos aprenden con mucha rapidez. Cuando un bebé nace en un grupo social, aprende a llevarse bien con los otros y lo que es necesario, ventajoso, apropiado o no. Este proceso tiene un paralelismo con el proceso del cerebro, construyéndose una consciencia: automáticamente te sientes mal si haces algo mal, o automáticamente te sientes bien si contienes un impulso de hacer algo desagradable. La socialización es fundamental tanto en el aprendizaje como en el modelaje del cerebro.
En su libro, llama la atención el rol de la oxitocina en la construcción de la moralidad.
Esta hormona, también llamada “la hormona del amor” juega un papel importante porque tiene un rol indirecto en la sociabilidad: nos hace querer estar juntos, permite que los humanos desarrollen la confianza entre ellos. Así suceden cosas buenas: no quiero recibir desaprobación, y por ello aprendo a convivir y a cooperar. También es fundamental en el rol de la mujer en defensa de sus pequeños.
La mayoría de las religiones se ha apropiado de la moralidad…
Algunas lo han hecho, ciertamente. Se tiende a identificar moralidad con religión y no es el caso, porque antes de que hubiera religiones organizadas ya existía una moral: los cazadores recolectores tenían normas de conducta sobre lo que era aceptable y lo que no.
El cerebro moral
La moral suele considerarse una cualidad humana, pero existen conductas sociales muy complejas en otros animales, como se ha comprobado en los laboratorios.
Hoy tenemos un sistema de justicia y códigos de moral, pero los primeros humanos no pensaban así.
Debido a nuestra cultura actual, muy sofisticada, hay una separación mucho mayor entre animales y humanos de la que había en los primeros días de la evolución.